A medida que fue avanzado el
primer mes de este año empecé a observar publicidad en las revistas y periódicos
catalanes que anunciaba un producto que desconocía. Los supermercados y
restaurantes habían colmado los medios de comunicación, casi de forma invasiva, con una oferta común: Calçots.
A finales del mes de enero leí
tanta veces esa palabra que una noche no soporté más y le pregunté a mi novio ¿Qué rayos es un calçots? Y, su simple respuesta fue: “una cebolla”. Ya se podrán imaginar mi
rostro de desconcierto y asombro, por lo que agregué en ipso facto: ¿Es la cebolla de la realeza?
El calçot es un tipo de cebolla
alargada y es uno de los platos típicos de la gastronomía catalana. Es consumido entre los meses de febrero y mediados de marzo. Ésta valorada
cebolla es colocada a la brasa y se adereza con una salsa de romesco (salsa típica catalana hecha a base de tomate, almendras, ajo, pimientos, pan y aceite de oliva).
En la segunda semana
de febrero tuve mi primera experiencia en una calçotada (una actividad casi tan importante como la cena de Noche Buena), en la casa de mis suegros. Allí había reunida cerca de 15
personas y confieso que me sorprendió ver el ritual que se seguía. Las personas
se colocan un babero para evitar ensuciar sus ropas, y hay quienes lo comen con
guantes para no ensuciarse las manos con el hollín, producto del fuego. Aunque
suene paradójico, los calcots no son el plato fuerte, sino más bien, el
entrante. Por lo que después de consumir todos los calcots que el organismo
pueda soportar (cada comensal, mínimo, come cerca de 25 unidades de calcots,
aproximadamente), entonces se procede al plato fuerte de la jornada: una
variedad de carnes a la brasa. Todo esto ocurre entre risas,
cuentos, ocurrencias y, obviamente, un par de cervezas o una copa de vino.
Confieso que realmente los
calçots son muy sabrosos, pero, a pesar de ello, no entiendo porque le tienen
tanta pleitesía si solamente son cebollas. Aunque, estoy segura que lo
mismo piensa mi novio acerca de la devoción de los dominicanos por las
“habichuelas con dulce”, la cual considera casi una abominación culinaria, pues
cuando le dije que le vertíamos leche, batata, pasas y galletas a las
habichuelas estuvo a punto de regurgitar. Creo que al final todo se resume a la cultura. Por lo general, nuestro paladar ama todo aquello que nos recuerda el
lugar del cual venimos, sea una cebolla o un grano de habichuela.
PD: Me atrevo a asegurar que al
igual que a Popeye la espinaca le daba fuerza, a Lionel Messi los calçots deben
darle lo suyo.